Dios es glorioso, lleno de esplendor. Él merece toda la fama y el honor, porque él creó todo lo que existe. Cuando proclamamos todo lo que Dios ha hecho, glorificamos a Dios. Glorificar a Dios significa reconocer y exaltar sus obras, su naturaleza y su carácter perfecto. El honor y la gloria que damos a Dios son formas de adoración, reconociendo que él es el creador de todas las cosas y que su gloria es incomparable.
Salmo 115:1
No somos nosotros, Señor,
no somos nosotros dignos de nada.
¡Es tu nombre el que merece la gloria
por tu misericordia y tu verdad!
(Salmo 115:1)
El Salmo 115:1 nos recuerda que no se debe dar gloria a los seres humanos, sino solo a Dios, el único merecedor de ella. El salmista expresa la necesidad de reconocer que todo lo bueno viene de Dios y no de manos humanas. Nuestra misión es reflejar esa gloria en gratitud.
Salmo 3:3
En el Salmo 3:3, vemos la confianza del salmista en Dios como fuente de honor y protección:
Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí;
Mi gloria, y el que levanta mi cabeza.
(Salmo 3:3)
Dios no solo nos protege, sino que también nos levanta y nos da dignidad, ayudándonos cuando enfrentamos dificultades. Él es nuestro escudo, donde nos protegemos de las flechas del enemigo. Con la protección de Dios podemos permanecer seguros y confiados.
1 Corintios 10:31
Todo el honor y la gloria pertenecen a Dios. Él es digno de nuestra adoración, y nuestra misión como sus hijos es reflejar esa gloria en nuestras vidas y acciones, reconociendo siempre que, al final, es él quien merece toda la alabanza. 1 Corintios 10:31 nos instruye a hacer todas las cosas para la gloria de Dios. Este versículo nos enseña que toda nuestra vida debe ser vivida para glorificar a Dios.
Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.
(1 Corintios 10:31)
Éxodo 33:18-19
Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti;
(Éxodo 33:18-19a)
Moisés pidió ver la gloria de Dios, y Dios le respondió mostrando su bondad. La petición de Moisés de ver la gloria de Dios en Éxodo 33:18-19 revela un profundo deseo de conocer más íntimamente el carácter divino. Dios, en lugar de revelar su poder de una manera aterradora, elige mostrar su bondad y misericordia.
Esto nos enseña que la gloria de Dios no está solo en manifestaciones visibles y grandiosas, sino también en su amor, compasión y fidelidad. Al proclamar su nombre y presentar su bondad delante de Moisés, Dios enfatiza que la verdadera gloria se encuentra en su naturaleza misericordiosa y su cuidado por sus hijos.
Salmo 8:4-5
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
Y el hijo del hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles,
Y lo coronaste de gloria y de honra.
(Salmo 8:4-5)
El Salmo 8:4-5 refleja la dignidad dada al hombre. A pesar de nuestra pequeñez, Dios nos concede honra. Sin embargo, esto no es motivo para exaltarnos, sino para reconocer la grandeza del creador. Somos reflejos de la creación, por eso debemos glorificar al creador, quien nos formó y nos amó incluso antes de nuestra existencia.
Isaías 42:8
En Isaías 42:8, Dios afirma su exclusividad en recibir la gloria. Esta declaración nos advierte contra la idolatría y nos recuerda que Dios es el único que merece ser glorificado. Dios no comparte su gloria con nadie, por eso debemos darle toda nuestra alabanza y adoración.
Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas.
(Isaías 42:8)
Salmo 19:1
Los cielos cuentan la gloria de Dios,
Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
(Salmo 19:1)
Todo lo creado exalta la gloria de Dios, y al contemplar la creación somos llevados a adorarlo. En contraste con la gloria de Dios, la gloria humana es fugaz.
Voz que decía: Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces? Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.
(Isaías 40:6-8)
Romanos 1:20-23
En Romanos 1:20-23, Pablo advierte contra aquellos que han cambiado la gloria de Dios por los ídolos:
Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
(Romanos 1:20-23)
Juan 1:14
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
(Juan 1:14)
En el Nuevo Testamento, vemos la gloria de Dios reflejada en Jesús, como se describe en Juan 1:14. Jesús es la encarnación de la gloria de Dios, y nos trae esa gloria.
Como “Verbo hecho carne”, Jesús manifiesta la gloria del Padre con gracia y verdad. Su vida, muerte y resurrección reflejan el carácter de Dios, demostrando amor, justicia y redención.
En Jesús, la gloria de Dios se hace accesible, tangible y cercana a nosotros, no solo como un concepto lejano, sino como una realidad presente en medio de nosotros. Él es el reflejo perfecto del honor y majestad de Dios, trayéndonos salvación y reconciliación con el Padre.
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