Jesús tiene todo el poder para sanar y él desea traer sanidad a la vida de todos. Cuando recibimos a Jesús como Señor y Salvador, él sana primero el espíritu al quitar el pecado de nuestro corazón. Él también tiene poder para sanar el cuerpo quitando el dolor y la enfermedad. Todavía más, Jesús puede sanar el alma, los sentimientos heridos y los pesares que están en lo más profundo del alma. ¡Jesús es el gran Médico!
Algunas enfermedades tienen también un lado espiritual. Para que pueda haber completa sanidad en esos casos, será de suma importancia tratar el lado espiritual. Eso se llama liberación. Jesús nos puede liberar de cualquier influencia espiritual maligna y traer completa sanidad.
Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados. (Colosenses 1:13-14)
El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor.
(Lucas 4:18-19)
Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados. Antes eran ustedes como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al Pastor que cuida de sus vidas.
(1 Pedro 2:24-25)
Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se extendió por toda Siria, y le llevaban todos los que padecían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él los sanaba.
(Mateo 4:23-24)
Un sábado Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas, y estaba allí una mujer que por causa de un demonio llevaba dieciocho años enferma. Andaba encorvada y de ningún modo podía enderezarse. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: —Mujer, quedas libre de tu enfermedad.
Al mismo tiempo, puso las manos sobre ella, y al instante la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.
(Lucas 13:10-13)
Subió Jesús a una barca, cruzó al otro lado y llegó a su propio pueblo. Unos hombres le llevaron un paralítico, acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: —¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados!
Algunos de los maestros de la ley murmuraron entre ellos: «¡Este hombre blasfema!»
Como Jesús conocía sus pensamientos, les dijo: —¿Por qué dan lugar a tan malos pensamientos? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados quedan perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Y el hombre se levantó y se fue a su casa.
(Mateo 9:1-7)
Vea también: 9 versículos sobre el poder de Jesús para sanar toda enfermedad
Cuando Jesús llegó al otro lado, a la región de los gadarenos, dos endemoniados le salieron al encuentro de entre los sepulcros. Eran tan violentos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. De pronto le gritaron: —¿Por qué te entrometes, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes del tiempo señalado?
A cierta distancia de ellos estaba paciendo una gran manada de cerdos. Los demonios le rogaron a Jesús: —Si nos expulsas, mándanos a la manada de cerdos.
—Vayan —les dijo. Así que salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y toda la manada se precipitó al lago por el despeñadero y murió en el agua. Los que cuidaban los cerdos salieron corriendo al pueblo y dieron aviso de todo, incluso de lo que les había sucedido a los endemoniados. Entonces todos los del pueblo fueron al encuentro de Jesús. Y, cuando lo vieron, le suplicaron que se alejara de esa región.
(Mateo 8:28-34)
Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas.
(Mateo 11:5)
Reunió a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus malignos.
(Marcos 6:7)
Los doce salieron y exhortaban a la gente a que se arrepintiera. También expulsaban a muchos demonios y sanaban a muchos enfermos, ungiéndolos con aceite.
(Marcos 6:12-13)
Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.
(Isaías 53:4-5)
Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, un velo les cubre el corazón. Pero, cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado. Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y, donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
(2 Corintios 3:15-17)
Vea también: 7 libertades que tenemos en Cristo
Reunió a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar a los espíritus malignos y sanar toda enfermedad y toda dolencia.
(Mateo 10:1)
Dondequiera que vayan, prediquen este mensaje: “El reino de los cielos está cerca”. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los que tienen lepra, expulsen a los demonios. Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente.
(Mateo 10:7-8)
¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y, si ha pecado, su pecado se le perdonará. Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz.
(Santiago 5:14-16)
Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les anunciaba al Mesías. Al oír a Felipe y ver las señales milagrosas que realizaba, mucha gente se reunía y todos prestaban atención a su mensaje. De muchos endemoniados los espíritus malignos salían dando alaridos, y un gran número de paralíticos y cojos quedaban sanos. Y aquella ciudad se llenó de alegría.
(Hechos 8:5-8)
Vea también: 3 historias bíblicas sobre enfermedades en las que Dios se glorificó
Adora al Señor tu Dios, y él bendecirá tu pan y tu agua. Yo apartaré de ustedes toda enfermedad.
(Éxodo 23:25)
Vea también: 14 versículos bíblicos que hablan sobre la sanidad divina
Les dijo: «Yo soy el Señor su Dios. Si escuchan mi voz y hacen lo que yo considero justo, y si cumplen mis leyes y mandamientos, no traeré sobre ustedes ninguna de las enfermedades que traje sobre los egipcios. Yo soy el Señor, que les devuelve la salud».
(Éxodo 15:26)
En su angustia clamaron al Señor, y él los salvó de su aflicción. Envió su palabra para sanarlos, y así los rescató del sepulcro.
(Salmo 107:19-20)
Señor mi Dios, te pedí ayuda y me sanaste.
(Salmo 30:2)
Vea también: Salmos para enfermos y para orar por salud
Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas.
(Salmo 103:1-5)
(El SEÑOR) restaura a los de corazón quebrantado y cubre con vendas sus heridas.
(Salmo 147:3)
Sáname, Señor, y seré sanado; sálvame y seré salvado, porque tú eres mi alabanza. (Jeremías 17:14)
Este pobre clamó, y el Señor le oyó y lo libró de todas sus angustias.
(Salmo 34:6)
Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: —Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
(Juan 8:31-32)
Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.
(Juan 8:36)
Tú eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación.
(Salmo 32:7)
David dedicó al Señor la letra de esta canción cuando el Señor lo libró de Saúl y de todos sus enemigos. Dijo así: «El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio.
(2 Samuel 22:1-2)
¡Señor, espero tu salvación!
(Génesis 49:18)