Se conoce como la Pascua o Día de Pascua al Domingo de Resurrección. La Pascua es la celebración cristiana anual más importante, pues ese día se celebra que Jesús venció a la muerte y resucitó.
Para el pueblo cristiano, el Día de la Pascua o Domingo de Resurrección significa victoria, vida eterna y salvación. Jesús venció la muerte. ¡Él sigue vivo! Él se levantó al tercer día y gracias a su resurrección, todos los que ponen su fe en él reciben la salvación (o liberación espiritual del poder del pecado) y pueden tener la certeza de que vivirán con él por la eternidad.
En el idioma hebreo, la palabra pascua - pésaj - significa «salto» o «paso». La palabra alude directamente a la historia del origen de la Pascua que encontramos en el Antiguo Testamento. Esta nos habla sobre el momento en el que la muerte «pasó por alto» o «se saltó» las viviendas de los israelitas marcadas por la sangre del cordero.
Para nosotros hoy, la muerte de Jesús en la cruz - su sacrificio de sangre - ha sido suficiente para limpiar nuestros pecados. Contrario al tiempo del Antiguo Testamento, hoy no tenemos que sacrificar corderos delante de Dios. Jesús, el Cordero de Dios, hizo la obra completa por nosotros. Gracias a él podemos vivir con la esperanza de la vida eterna. ¡Esto es lo que celebramos el Día de Pascua!
Ahora bien, si hemos muerto con Cristo, confiamos que también viviremos con él. Pues sabemos que Cristo, por haber sido levantado de entre los muertos, ya no puede volver a morir; la muerte ya no tiene dominio sobre él. En cuanto a su muerte, murió al pecado una vez y para siempre; en cuanto a su vida, vive para Dios.
De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
(Romanos 6:8-11)
El origen de la Pascua
Encontramos la historia de la primera Pascua en el Antiguo Testamento, en el capítulo 12 del libro de Éxodo. El pueblo judío vivía esclavizado en Egipto. Dios levantó a Moisés como libertador del pueblo, pero al Faraón de Egipto no le parecía buena idea dejar marchar a los israelitas, ya que eran muchos y muy buenos trabajadores.
Como el Faraón se resistía a liberar al pueblo judío a pesar de la insistencia de Moisés, Dios envió 10 plagas. La décima plaga, la de la muerte de los primogénitos, fue la que marcó el inicio de la celebración de la Pascua.
Dios les dijo que ese mes marcaría el inicio de algo importante para el pueblo de Israel y les dio unas instrucciones. Cada familia debía tomar un cordero o un cabrito de un año y sin defecto. Si la familia era pequeña, lo podía compartir con otra familia. El día 14 del mes todos debían sacrificar su animal al caer la noche. Debían asar la carne y comerla esa misma noche. La sangre del animal sacrificado la debían untar en los postes y en el dintel de la puerta. Eso distinguiría a los hogares de los israelitas que confiaban en las promesas de liberación por parte de Dios.
Comerán el cordero de este modo: con el manto ceñido a la cintura, con las sandalias puestas, con la vara en la mano, y de prisa. Se trata de la Pascua del Señor.
Esa misma noche pasaré por todo Egipto y heriré de muerte a todos los primogénitos, tanto de personas como de animales, y ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre servirá para señalar las casas donde ustedes se encuentren, pues al verla pasaré de largo. Así, cuando hiera yo de muerte a los egipcios, no los tocará a ustedes ninguna plaga destructora.
Este es un día que por ley deberán conmemorar siempre. Es una fiesta en honor del Señor, y las generaciones futuras deberán celebrarla.
(Éxodo 12:11-14)
¡Y así fue la celebración de la primera Pascua! La sangre del cordero evitó que la muerte entrara en la casa de los israelitas.
El inicio de la Pascua cristiana
Los últimos días de Jesús hombre sobre la tierra fueron, precisamente, durante la celebración de la fiesta de los panes sin levadura o fiesta de la Pascua. En su última cena pascual con sus discípulos, Jesús instituyó lo que conocemos como la Cena del Señor o la Santa Cena.
Durante su última cena, Jesús compartió el pan y el vino con sus discípulos.
Cuando llegó la hora, Jesús y sus apóstoles se sentaron a la mesa. Entonces les dijo: He tenido muchísimos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer, pues les digo que no volveré a comerla hasta que tenga su pleno cumplimiento en el reino de Dios.
Luego tomó la copa, dio gracias y dijo: Tomen esto y repártanlo entre ustedes. Les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.
También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí.
De la misma manera tomó la copa después de la cena, y dijo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes.
(Lucas 22:14-20)
Jesús avisó a sus discípulos de que se entregaría voluntariamente. Él moriría en la cruz por ellos y su sangre sería derramada. El sacrificio de Jesús simbolizaba el cordero que habían comido durante la Pascua por muchas generaciones. Y su sangre, la sangre que habían untado los israelitas en los dinteles de Egipto para que sus primogénitos no murieran.
Así como la sangre del cordero pascual evitó que murieran físicamente los hijos del pueblo de Israel, la sangre de Jesucristo libra de la muerte espiritual a todos los que ponen su fe en él y lo reciben como Señor y Salvador de sus vidas.
Pero Jesús no se quedó muerto: ¡él resucitó al tercer día! Y gracias a su resurrección, sus hijos reciben la vida eterna. ¡Esto es lo que se celebra con la Pascua! Jesús murió por nuestros pecados en la cruz y nos libró de la muerte eterna. Gracias a su muerte y su resurrección, todos los que ponemos nuestra fe en él podemos vivir con esperanza y con la certeza de la vida eterna.
Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto. Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes. Por medio de él ustedes creen en Dios, que lo resucitó y glorificó, de modo que su fe y su esperanza están puestas en Dios.
(1 Pedro 1:18-21)
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