Ser libre en Cristo significa que Jesús es el Señor de mi vida y que, gracias a su obra en mí, el pecado no controla mis acciones. ¡Esa es la realidad de los que somos hijos de Dios!
Desde el momento en el que permitimos que Jesús reine en nuestras vidas, que nos llene con su presencia y nos transforme, él nos da las fuerzas necesarias para obedecerle. Con su ayuda decimos no al pecado y sí a la voluntad de Dios. Dejamos de ser esclavos del pecado y pasamos a vivir la vida plena que Dios anhela para nosotros. ¡Esa es la maravillosa libertad que tenemos en él!
¡Libres en Cristo!
1. La verdad nos libera
Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
(Juan 8:31-32)
Cuando tenemos una experiencia genuina con Jesús, surge en nosotros un gran anhelo de obedecerle y de ser fiel a él. ¡El toque salvador de Jesús no nos deja igual! Nace en nosotros el deseo de sumergirnos en su Palabra y de buscar su presencia en oración. Le permitimos hablar sobre su voluntad para nuestras vidas y mostrarnos lo que desea hacer en nosotros.
Es en medio de esa búsqueda que él revela más de su verdad a nuestros corazones. Nos muestra quiénes somos en él: sus hijos amados, redimidos para su gloria. Dios nos revela su poder sobre el pecado. Nos da claridad en cuanto a la salvación que ya consiguió para nosotros a través de su muerte en la cruz y su resurrección, y nos muestra cómo debemos vivir ahora que somos sus hijos.
2. ¿Esclavos o libres?
Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —respondió Jesús—. Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.
(Juan 8:34-36)
¡Jesús nos da completa libertad! Al recibirlo como salvador dejamos de ser esclavos del pecado. Pasamos a ser libres para vencer la tentación y para vivir la vida dentro del propósito de Dios.
En Cristo tenemos libertad, pero debemos decidir si viviremos como hijos libres que reflejan su imagen o si viviremos como esclavos. Dios nos da las fuerzas para no ceder ante la tentación y nos recuerda que con él somos más que vencedores. Al enfocarnos en Dios y en vivir dentro de su voluntad, disminuye en nosotros el deseo de hacer lo que nos place y aumenta el anhelo de agradarlo.
3. La vida con Jesús
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.
(Romanos 8:1-2)
La ley trae castigo severo, pero la vida con Jesús nos libera de la condenación. No importa cuán grandes sean los errores cometidos en el pasado, cuando Dios con su divina gracia decide perdonar, él concede un perdón completo.
Dios nos ofrece un nuevo comienzo lleno de vida abundante. Nos da la esperanza para la eternidad con él y también nuestra vida aquí adquiere un nuevo sentido gracias a la presencia del Espíritu Santo. Nuestra meta es vivir para la gloria de Dios y llevar su presencia y amor dondequiera que vamos.
4. ¡Atención al fruto!
Cuando ustedes eran esclavos del pecado, estaban libres del dominio de la justicia. ¿Qué fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la muerte! Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.
(Romanos 6:20-23)
Aquí vemos la diferencia entre una vida esclava del pecado y una dedicada al servicio de Dios, dominada por él y su justicia. Es fácil saber quién o qué gobierna nuestras vidas: solo debemos mirar el fruto. El pecado trae fruto que avergüenza y lleva a la muerte espiritual. Sin embargo, el fruto de justicia o de una vida puesta al servicio de Dios, es un fruto lleno de santidad y conduce a la vida eterna.
Una vida santa es una apartada para Dios que busca agradarlo en todo momento. ¡Necesitamos llenarnos del Espíritu Santo! Es así como logramos reconocer el gran regalo de vida eterna que Dios nos ha dado. Viviendo llenos del Espíritu, perseveramos en obediencia a la Palabra de Dios. Es por su gracia que hemos pasado de muerte a vida en Cristo Jesús y nuestras vidas no pueden quedarse igual ante esta realidad.
5. Firmes en nuestra libertad
Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud.
(Gálatas 5:1)
En Jesús tenemos libertad tanto del yugo del pecado como de tener que cumplir con toda la ley del Antiguo Testamento. No hay nada que podamos hacer para ganar el perdón de Dios, no importa cuán buenos aparentemos ser ante los ojos de los demás. Somos salvos por la gracia de Dios (Efesios 2:8-9) y solo el sacrificio de Cristo nos trae verdadera libertad.
Una vez somos transformados por el amor y el poder redentor de Dios, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros. Él nos da la ayuda necesaria para vivir en obediencia a Dios y para permanecer firmes. No le obedecemos por temor o por legalismo, sino por amor, porque el deseo de nuestro corazón es vivir de acuerdo con su voluntad.
6. La vida llena del Espíritu
En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu.
(Gálatas 5:22-25)
Hemos sido llamados a ser libres, pero eso no nos da permiso para vivir como queramos, dando rienda suelta a nuestras pasiones y deseos (Gálatas 5:13-26). Hay un gran contraste entre las obras de la carne y la vida llena del Espíritu: nuestra elección debe ser siempre actuar de acuerdo a la vida llena del Espíritu. Dios debe ser quien dirija todas nuestras acciones, sentimientos y palabras. Con él tenemos la fortaleza que necesitamos en todo momento para no ceder ante el pecado.
La libertad que tenemos en Cristo es una que nos trae bienestar espiritual y nos ayuda en nuestra relación con los demás. Dejemos que el Espíritu haga su obra transformadora en nosotros y vivamos libres del poder del pecado para la gloria y honra de nuestro Salvador.
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