Pentecostés fue el día en que el Espíritu Santo se derramó por primera vez sobre los discípulos de Jesús, según el relato bíblico en el libro de los Hechos. Antes de eso, Pentecostés era una fiesta judía instituida por Dios para celebrar la cosecha. Esa fiesta se celebraba 50 días después del domingo de Pascua. Pentecostés significa "quincuagésimo".
La fiesta tuvo su inicio cuando el pueblo de Israel estaba por salir de Egipto. La noche de su partida, Dios les indicó que debían celebrar la Pascua (que significa pasaje en hebreo). Tenían que marcar sus puertas con la sangre de un cordero. Así, cuando el ángel viera la sangre en el marco de sus portales, seguiría su camino, perdonando la vida de los primogénitos de los hebreos.
Esta fue la primera Pascua de los hijos de Israel. Dios ordenó que esta fiesta se repitiera anualmente, recordando la salida y liberación de Israel de la esclavitud en Egipto.
Cincuenta días después del éxodo, los israelitas llegaron al monte Sinaí. Allí, Dios les dio la Ley por medio de Moisés y les ordenó observar sus mandamientos. También los mandó a celebrar ese día anualmente (Éxodo 23:16). Este fue el primer día de Pentecostés y debe recordarse como el día de la promulgación de la ley de Dios.
La Pascua cristiana nació con la resurrección de Cristo, el Cordero de Dios, que nos libera de la esclavitud del pecado. Cincuenta días después de la resurrección de Jesús, era el día de Pentecostés. El Espíritu Santo llegó según la promesa de Cristo y nos dio una nueva ley. Ya no es una ley escrita en tablas de piedra, sino en corazones humanos. Eso es lo que celebramos el día de Pentecostés los cristianos de hoy.
El maravilloso regalo del Espíritu Santo
La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, cuya narración encontramos en Hechos 2, confirmó la realidad de la presencia, el poder y la comunión de Dios con su pueblo. Jesús prometió estar con los que creen en él todos los días hasta el fin del mundo. Esto sucede a través de la persona del Espíritu Santo.
Cincuenta días después de la resurrección de Jesucristo, el Espíritu de Dios vino a morar en los creyentes:
Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar. Y de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Entonces aparecieron, repartidas entre ellos, lenguas como de fuego, y se asentaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu les daba que hablaran.
(Hechos 2:1-4)
Sucedió lo que Jesús había dicho que sucedería. El Espíritu Santo llenó a sus discípulos y los capacitó para hacer la obra de Dios. Todavía hoy, todos los que han puesto su fe en Jesús reciben el Espíritu Santo y son capacitados con su poder para esparcir las buenas nuevas de salvación.
Y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre. Este es el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes lo conocen, porque permanece con ustedes y está en ustedes.
(Juan 14:16-17)
Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que yo les enviaré de parte del Padre, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí.
(Juan 15:26).
¿Cómo fue la llegada del Espíritu Santo?
Según el relato de Hechos 2, fue un momento bien significativo que marcó el nacimiento de la Iglesia del Señor de una forma poderosa. Ellos estaban todos reunidos celebrando el inicio de la fiesta de la cosecha. Sin embargo, Dios tenía en mente una cosecha mucho más grande, una en la que participamos todos los creyentes en el Señor Jesucristo.
Los primeros cristianos estaban reunidos, unidos en un mismo sentir. El Espíritu Santo descendió con un viento violento que llenó el lugar donde estaban. Sobre ellos se posaron lenguas de fuego, y al ser llenos del Espíritu Santo, comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les daba.
Fuera del lugar donde estaban, había una gran multitud de personas que había ido a Jerusalén a celebrar la fiesta. Había gente de muchas naciones diferentes, pero ellos escucharon a los discípulos y a todos los que los estaban reunidos allí, hablando en sus idiomas nativos. ¡Todos oyeron sobre los grandes hechos de Dios (Hechos 2:11) y lo pudieron entender!
¡El Espíritu Santo llenó a Pedro de osadía! Pedro se levantó junto a los discípulos y proclamó el mensaje de salvación en Jesús a viva voz. Les explicó que lo que veían y oían había sido profetizado por el profeta Joel mucho antes. Les habló sobre Jesús y su ministerio, el significado de su muerte y resurrección. Los llamó a arrepentirse de sus pecados y a recibir a Jesús como Señor y Salvador.
¿Cuál fue el resultado? Unas tres mil personas se rindieron ante el poder del mensaje de Jesucristo y la iglesia comenzó su crecimiento y esparcimiento por todas las naciones del mundo.
Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba diciendo: ¡Sean salvos de esta perversa generación!
Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados, y fueron añadidas en aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones.
(Hechos 2:40-42)
El significado del Día de Pentecostés
El Día de Pentecostés influyó en toda la historia. En ese día, el Espíritu Santo transformó la vida de aquellas personas en el primer siglo, y también marcó el comienzo de la Iglesia cristiana. Miles de judíos entendieron la revelación dada por la llegada del Espíritu del Señor. Ellos llevaron ese mensaje a sus familias, a sus pueblos y naciones, extendiendo el reino de Dios por doquier.
Dios concedió su ley perfecta, a través del Verbo que se hizo carne - Jesucristo - y confirmó su presencia, a través de la persona del Espíritu Santo. La promesa del don del Espíritu, hecha a todos los que el Señor llama, se hizo realidad.
Pedro les dijo: Arrepiéntanse y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los que están lejos, para todos cuantos el Señor nuestro Dios llame.
(Hechos 2:38-39)
Dios anhela que todos le conozcan y que reciban la salvación por medio de Jesús y el don prometido del Espíritu Santo. No tardes en abrirle tu corazón.
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