Parábola del buen samaritano: qué nos enseña esta historia


La parábola del buen samaritano es una de las parábolas más conocidas de Jesús. Con ella aprendemos la importancia de tener un corazón tan lleno de amor y misericordia, que cuando alguien nos necesite no nos fijemos en su raza, religión o su clase social. El amor nos moverá a la acción, y amaremos a esa persona como a nosotros mismos.

Veamos lo que dice la parábola.

25 Y he aquí, cierto maestro de la ley se levantó para probarle, diciendo: Maestro, ¿haciendo qué cosa poseeré la vida eterna?
26 Y él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Él le respondió diciendo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
28 Le dijo: Has respondido bien. Haz esto y vivirás.
29 Pero él, queriendo justificarse, le preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?

30 Respondiendo Jesús, le dijo:
Cierto hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones quienes lo despojaron de su ropa, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto. 31 Por casualidad, descendía cierto sacerdote por aquel camino y, al verle, pasó de largo. 32 De igual manera, un levita también llegó al lugar y, al ir y verle, pasó de largo. 33 Pero cierto samaritano, que iba de viaje, llegó cerca de él y, al verle, fue movido a misericordia. 34 Acercándose a él, vendó sus heridas echándoles aceite y vino. Y poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. 35 Al día siguiente sacó dos monedas y se las dio al mesonero diciéndole: “Cuídamelo, y todo lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.

36 ¿Cuál de estos tres te parece haber sido el prójimo de aquel que cayó en manos de ladrones?
37 Él dijo: El que hizo misericordia con él.
Entonces Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo.
(Lucas 10:25-37, versión RVA-2015)

El resumen de la parábola

La parábola del buen samaritano fue la respuesta de Jesús a un maestro de la ley que le preguntó quién era su prójimo. En lugar de darle la respuesta, Jesús le contó esa historia para que él mismo reflexionara y la descubriera.

Un hombre iba por un camino y unos ladrones lo asaltaron quitándole todo lo que tenía. Lo hirieron de tal forma que lo dejaron medio muerto en medio del camino. Por el camino pasaron otras tres personas. Primero, un sacerdote que vio al hombre en el suelo, lo ignoró, y siguió su camino. En segundo lugar, pasó un levita. Los levitas, al igual que los sacerdotes, trabajaban en el templo. Lo lógico sería que uno de los dos se detuviera. Pero no, el levita también siguió su camino sin ayudar al hombre.

La tercera persona en pasar por el lugar fue un samaritano. Los samaritanos y los judíos tenían cierta rivalidad. Los samaritanos eran considerados inferiores y herejes. Sin embargo, el samaritano sintió misericordia por el hombre tirado en el camino. Se detuvo a ayudarlo, vendó sus heridas y lo llevó a un lugar donde lo cuidó. Antes de continuar su camino, dejó suficiente dinero para que otra persona cuidara del herido.

Jesús le preguntó al maestro de la ley cuál de los tres demostró ser el prójimo del herido. «El que hizo misericordia con él» fue su respuesta. Y Jesús lo animó a hacer lo mismo, a mostrar misericordia por su prójimo.

¿Cuál es la enseñanza de la parábola?

Con esta parábola aprendemos la importancia de amar y tener compasión de los demás, sean quienes sean. El gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, es uno que lleva a la acción: ¡debe practicarse! Un amor que no se expresa de forma concreta, no es amor verdadero, sino una emoción.

Dios mismo expresó su amor por nosotros por medio de la acción. Él envió a Jesús para que, por medio de él, podamos tener el perdón de nuestros pecados y la vida eterna.

Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados.
(1 Juan 4:9-10)

El amor que viene de Dios está libre de prejuicios. No se fija en la raza, el sexo, la condición social, o cualquier otra cosa para decidir actuar o no. Es un amor que traspasa todas las barreras que los humanos podamos levantar, para alcanzar a todos. El samaritano no tenía obligación de ayudar al judío tendido en el camino. Pero su compasión fue más grande que cualquier prejuicio. Y así debe ser. Ayudemos a nuestro prójimo, amemos de forma práctica a quienes lo necesitan. ¡Mostremos el amor de Dios!

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