La palabra misericordia viene del latín "miser" (desdichado, necesitado) unido a "cordis" (corazón) y al sufijo "-ia". Podemos decir que misericordia significa sentir en el corazón la necesidad de otra persona. Se trata de la compasión por la necesidad de otro. Sin embargo, la misericordia no se queda en el sentimiento sino que lleva a la acción.
Dios nos muestra su misericordia cada día. La vemos en cada amanecer y en las nuevas oportunidades que este nos presenta. Nosotros le fallamos a Dios, pecamos, cometemos errores y merecemos ser castigados. Sin embargo, Dios permanece a nuestro lado, nos muestra su bondad y nos extiende su mano.
Compasivo y clemente es el SEÑOR, lento para la ira y grande en misericordia.
No contenderá para siempre ni para siempre guardará el enojo.
No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Pues como la altura de los cielos sobre la tierra, así ha engrandecido su misericordia sobre los que le temen. Tan lejos como está el oriente del occidente así hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, así se compadece el SEÑOR de los que le temen.
(Salmo 103:8-13, Reina Valera Actualizada 2015)
Esta es una descripción de la naturaleza de Dios: ¡él es clemente y compasivo! Dios no tiene que esforzarse en mostrar misericordia o compasión: es algo que fluye de él de forma natural porque es parte de él. Dios es lento en airarse, pero grande en amor y misericordia.
La misericordia de Dios para sus hijos
¿Cómo muestra Dios su misericordia a sus hijos? En la forma como nos trata. Tal como dice el Salmo 103, Dios no se enoja fácilmente ni se desespera cuando cometemos errores. Su corazón está lleno de compasión. Él entiende nuestras luchas, tal como los padres buenos tienen compasión y se esfuerzan en entender a sus hijos.
Sin embargo, la misericordia de Dios es mucho más grande que la de cualquier ser humano. ¿Por qué? Porque él conoce absolutamente todo sobre nosotros, todo lo que hacemos y hasta los pensamientos más escondidos de nuestra mente. Aun así, el Señor «no nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades». Él no nos da el castigo que merecemos.
No es que Dios ignore nuestras malas acciones o los malos pensamientos que podamos tener. Él los conoce, pero aun así él nos ama. Él no nos deja de lado, él añora que nos acerquemos a él. El pecado nos separa de Dios, pero su amor y su misericordia (mostrados al enviar a Jesús al mundo) forman el puente que nos permite acceder a su presencia.
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
(Juan 3:16)
Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
(Romanos 5:8)
Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo para que podamos tener vida eterna por medio de él. Podemos acudir a Cristo confesándole nuestros pecados y aceptando su sacrificio en la cruz. Por medio de Jesús fuimos lavados de toda culpa y perdonados de todos nuestros pecados. Jesús ya llevó el castigo que nosotros merecíamos y ahora podemos acceder al Padre cada día en busca de gracia y misericordia.
La gracia y la misericordia
Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos.
(Hebreos 4:16)
Por su gracia Dios nos da el regalo de la salvación y el perdón que no merecemos. Todos hemos pecado, todos merecemos ser castigados. Pero Jesús llevó sobre él el castigo que nos correspondía a nosotros.
Por su misericordia Dios no nos da el castigo que sí merecemos. Dios abrió el camino por medio de Jesús para que pudiéramos recibir la salvación y su perdón. Tanto la gracia como la misericordia de Dios están disponibles para cada uno de nosotros con solo acercarnos a él. No tenemos que enfrentar nuestras dificultades y problemas solos. No tenemos que vivir sin esperanza. ¡Podemos acudir a él!
¿Necesitas experimentar la gracia y la misericordia de Dios en tu vida? ¡Acércate a él con toda confianza! Nada de lo que hayas hecho o dicho o pensado puede mantenerte lejos de tu Padre celestial. Él te acepta tal como eres. Él desea sanar tu corazón y ayudarte a empezar de nuevo, tomado de su mano y aferrado a él.
Entendiendo la misericordia de Dios
Es eterna, no tiene fin
Pero la misericordia del SEÑOR es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen.
(Salmo 103:17a)
Se renueva cada mañana
Por la bondad del SEÑOR es que no somos consumidos, porque nunca decaen sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
(Lamentaciones 3:22-23)
No está condicionada a nuestro comportamiento
Ve al norte y proclama este mensaje: ¡Vuelve, apóstata Israel! No te miraré con ira —afirma el Señor—. No te guardaré rencor para siempre, porque soy misericordioso —afirma el Señor—.
(Jeremías 3:12)
Se negaron a escucharte; no se acordaron de las maravillas que hiciste por ellos. Fue tanta su terquedad y rebeldía que hasta se nombraron un jefe para que los hiciera volver a la esclavitud de Egipto.
Pero tú no los abandonaste porque eres Dios perdonador, clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor.
(Nehemías 9:17)
Gracias a ella somos pueblo de Dios
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido.
(1 Pedro 2:9-10)
La importancia del pacto
Los términos que se usan en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento para referirse a la misericordia de Dios (jesed / eleos), son términos fuertes. No hablan de un sentimiento frágil y efímero, sino de una característica de Dios vinculada a su pacto con Abraham y con su pueblo.
Todo pacto tiene como mínimo dos partes que llegan a un acuerdo y se comprometen a cumplir lo acordado. Dios prometió a Abraham que él llegaría a ser padre de muchas naciones y que a través de él serían benditas todas las familias de la tierra (Génesis 12:1-3 y Génesis 17). Abraham y sus descendientes debían ser fieles a Dios y servirle a él como único Dios.
Entonces el SEÑOR dijo a Abram: “Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra”.
(Génesis 12:1-3)
Ya no se llamará más tu nombre Abram; tu nombre será Abraham, pues te he constituido en padre de una multitud de naciones. Yo te haré muy fecundo; de ti haré naciones, y reyes saldrán de ti. Yo establezco mi pacto como pacto perpetuo entre tú y yo, y tu descendencia después de ti por sus generaciones, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tu descendencia después de ti, la tierra en que resides, toda la tierra de Canaán. Y yo seré su Dios.
(Génesis 17:5-8)
Dios protegió a Abraham y a su familia, proveyó para ellos. Les hizo crecer y expandirse por todo el territorio. Pasaron muchas generaciones, pero la fidelidad de Dios para con Abraham y sus descendientes continuó firme. El pueblo se apartó muchas veces de los caminos del Señor, pero él en su infinita misericordia continuó revelándose a ellos y atrayéndolos hacia él con firmeza, con disciplina, con amor.
¡Y entonces llegó Jesús! La genealogía de Jesús comienza precisamente con Abraham (Mateo 1). Es a través de Jesús que se cumplió en su totalidad el pacto de Dios con Abraham. Todas las naciones de la tierra reciben misericordia, bendición y la salvación de Dios por medio de Jesús.
Nos envió un poderoso Salvador en la casa de David su siervo (como lo prometió en el pasado por medio de sus santos profetas), para librarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos aborrecen; para mostrar misericordia a nuestros padres al acordarse de su santo pacto.
(Lucas 1:69-72)
En Cristo, Dios nos mostró su gracia y su compasión. No merecíamos que Jesús tomara nuestro lugar en la cruz, pero Dios decidió que así fuera. Jesús llevó nuestro castigo y la ira de Dios por cada uno de nuestros pecados cayó sobre él (ver Romanos 3:21-26; Isaías 53:5 y Mateo 27:45-46). Dios recordó sus promesas.
Porque el Señor tu Dios es un Dios compasivo, que no te abandonará ni te destruirá, ni se olvidará del pacto que mediante juramento hizo con tus antepasados.
(Deuteronomio 4:31)
Dios no se olvida de su pacto: su misericordia para con su pueblo no tiene fin. Todavía hoy él anhela bendecir a todas las naciones de la tierra con la salvación y el perdón por medio de Jesús. Aceptemos su gran regalo de amor: ¡aceptemos a Jesús!
Espero al Señor con toda el alma, más que los centinelas la mañana. Como esperan los centinelas la mañana, así tú, Israel, espera al Señor. Porque en él hay amor inagotable; en él hay plena redención.
(Salmo 130:6-7)
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