El tiempo de Dios no es igual al tiempo de los seres humanos. Nosotros vivimos en el tiempo cronológico o secuencial que puede medirse en segundos, horas, meses, años. Dios es eterno e intemporal. Él se mueve en lo que llamamos el tiempo kairós: este es un momento oportuno, indeterminado, que es propicio para que se cumpla su divina voluntad.
A nosotros nos gusta planificar todo al minuto. Hacemos planes precisos para dentro de unas horas, un día, tres o cinco años. Sin embargo, solo Dios sabe lo que nos trae el futuro y cuál es el momento perfecto para que sucedan todas esas cosas que tanto anhelamos.
La Biblia dice en Isaías 55:8-9, que ni los pensamientos de Dios ni sus caminos son los nuestros. De hecho, los de Dios son más altos que los nuestros, ¡más altos que los cielos sobre la tierra! Es por eso que, muchas veces, no logramos entender el tiempo de Dios. ¿Por qué no obra cuando yo quiero? ¿Por qué no se mueve como a mí me gustaría? ¿Por qué me hace esperar?
Un ejemplo claro y poderoso es el nacimiento de Jesús. Hubo profecías sobre su nacimiento muchos años antes de él venir a la tierra (ver Isaías 7 y 9 y Miqueas 4, por ejemplo). El pueblo de Israel tuvo que esperar mucho tiempo, pero en Gálatas 4:4-5 leemos que Jesús vino a la tierra en el momento preciso, cuando se cumplió el plazo.
Pero cuando se cumplió el plazo (o vino la plenitud del tiempo), Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, 5 para rescatar a los que estaban bajo la Ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.
(Gálatas 4:4-5)
Ese plazo o esa plenitud del tiempo que menciona el texto, se refiere al tiempo kairós de Dios. Con toda seguridad hubo muchísimos que anhelaban ver al Mesías, pero murieron sin ver el cumplimiento de las promesas. Pero en el tiempo oportuno y propicio de Dios, Jesús vino al mundo. ¡Llegó el Mesías tan esperado!
Jesús mismo se sometió al tiempo de Dios, esperó con paciencia a que llegara su tiempo para hacer cada cosa, como leemos en Juan 7:1-7 y Marcos 1:15. Él, aun siendo Dios encarnado, no se apresuraba ni hacía las cosas cuando quería. Él esperaba al tiempo del Padre.
En Eclesiastés 3 leemos que «todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo». Hay un tiempo específico en el que nacemos y uno en el que morimos. Hay un tiempo en el que lloramos y un tiempo en el que reímos. Todos esos momentos pueden marcarse en un calendario con fecha y hora. Pero en realidad, es Dios quien sabe cuál es el tiempo propicio para que todo suceda y ocurren dentro de su plan.
Nosotros estamos aquí en este momento de la historia porque Dios lo decidió. Podíamos haber nacido en otra época, pero Dios quiso que estuviéramos en el planeta Tierra en este momento. ¿Por qué? Porque él conoce cuál es el mejor momento, el momento oportuno para cada persona. Él es soberano y reina sobre el tiempo.
En 2 Pedro 3:8 leemos que «para el Señor un día es como mil años y mil años, como un día». El siguiente versículo de ese capítulo nos dice la razón por la cual las cosas suceden en el tiempo de Dios:
El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan.
(2 Pedro 3:9)
Todo lo que Dios hace o permite está dentro de su plan redentor para la humanidad. Su deseo es que todos se arrepientan, que todos reciban su amor y su salvación. Su amor, su justicia y su compasión están detrás de sus acciones y de sus tiempos de espera. Si él espera, o nos hace esperar, es por amor, aunque nos sea difícil de entender.
Pero lo cierto es que, en el momento de Dios, todo se cumple según él lo ha prometido, sin retraso conforme a su tiempo perfecto.
Porque yo, el Señor, hablaré y lo que diga se cumplirá sin retraso. Pueblo rebelde, mientras ustedes aún tengan vida, yo cumpliré mi palabra, afirma el Señor y Dios.
(Ezequiel 12:25)
El más débil se multiplicará por miles, y el menor llegará a ser una nación poderosa.
Yo soy el Señor; cuando llegue el momento, actuaré sin demora.
(Isaías 60:22)
Sin embargo, muchas veces, Dios nos hace esperar más de lo que nos gustaría. Él nos escucha, nos habla, nos asegura que no se olvida de nosotros, pero nos hace esperar. ¿Por qué? Porque aún no ha llegado su tiempo perfecto para que suceda lo que deseamos. Pero, sin lugar a dudas, cuando esperamos al tiempo del Señor, el resultado es mejor de lo que imaginábamos.
Por eso, si te encuentras ahora mismo esperando a que se cumpla algo que Dios te ha prometido, espera con paciencia y con tu corazón lleno de fe. Cuando llegue el momento perfecto de Dios, verás lo prometido y será mucho más maravilloso que lo que pediste o lo que podías imaginar. ¡Confía en Dios!
Aprende más sobre el concepto del tiempo en la Biblia: