En los Evangelios vemos la importancia que Jesús dio a la oración. Él comenzaba sus días conversando con el Padre y aprovechaba cualquier oportunidad para invocar la presencia y el poder de Dios. A veces oraba solo (Marcos 1:35) y en otras ocasiones, acompañado (Juan 11:41-42). Oraba antes de comer (Lucas 24:30) y después de sanar (Lucas 5:12-16). La oración tenía un lugar especial en su vida.
En Juan 17 encontramos la oración más extensa de Jesús que aparece en la Biblia. Esto es justo al final de su ministerio en la tierra. Jesús acababa de explicar a sus discípulos que en poco tiempo ya no estaría físicamente con ellos. Les advierte sobre lo que sucedería una vez él se fuera y les anima: «Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
La oración de Jesús en Juan 17 está dividida en tres secciones:
- Juan 17:1-5: Jesús ora por sí mismo. Reconoce que ya es la hora de regresar al Padre.
- Juan 17: 6-19: Ora por sus discípulos y los encomienda en su nueva misión.
- Juan 17: 20-25: Pide por los que hemos creído después como fruto de la fidelidad de sus discípulos en llevar su mensaje.
Miremos cada sección con más detalle.
1. Jesús ora por sí mismo
Después de que Jesús dijo esto, dirigió la mirada al cielo y oró así: «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti, ya que le has conferido autoridad sobre todo mortal para que él les conceda vida eterna a todos los que le has dado. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste.
(Juan 17:1-4)
En el capítulo anterior, Jesús estaba hablando con sus discípulos sobre lo que sucedería en los próximos días. Aquí Jesús levanta sus ojos al cielo, como mirando al Padre, y comienza a hablar con él. Sabe que su tiempo en la tierra llega a su fin, pero a él solo le interesa que Dios sea glorificado. Se acercaba su muerte en la cruz, también su resurrección. Su sacrificio demostraría la grandeza de su amor y del amor del Padre para con todos nosotros.
Jesús se sentía satisfecho con la obra que había realizado y con el resultado de esa obra: la vida eterna accesible a todos. Él era el puente a través del cual se restauraba la comunión total con el Padre. En él se cumple la obra de salvación para la humanidad.
Ahora regresaba al Padre. Sabía que quedaba un tramo difícil por vivir: la muerte en la cruz. Jesús escoge enfocarse en el gozo de la obra redentora que había realizado y en el hecho de que pronto, después de la resurrección, estaría nuevamente en la presencia de Dios «con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera».
2. Jesús ora por sus discípulos
A los que me diste del mundo les he revelado quién eres. Eran tuyos; tú me los diste y ellos han obedecido tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les he entregado las palabras que me diste, y ellos las aceptaron; saben con certeza que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo que yo tengo es tuyo, y todo lo que tú tienes es mío; y por medio de ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar por más tiempo en el mundo, pero ellos están todavía en el mundo, y yo vuelvo a ti. Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros. Mientras estaba con ellos, los protegía y los preservaba mediante el nombre que me diste, y ninguno se perdió sino aquel que nació para perderse, a fin de que se cumpliera la Escritura. Ahora vuelvo a ti, pero digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, para que tengan mi alegría en plenitud. Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
(Juan 17:6-19)
Jesús pasa a orar por sus discípulos. Él estaba feliz de haber compartido su vida y sus palabras con ellos. Resalta el hecho de que ellos no solo aceptaron sus palabras, sino que las obedecían y permanecían firmes en la fe.
Ahora intercede por ellos. Pide al Padre que los proteja y les ayude a tener unidad. Él sabía que pasarían por momentos difíciles, ya que, al ser sus discípulos, habría gente que buscaría hacerles daño. Él vuelve a pedir que Dios los proteja del maligno. El diablo intentaría detener la obra y atacaría a sus discípulos. Jesús pide al Padre que los proteja específicamente de esos ataques.
Ante la maldad del mundo, los discípulos eran santificados, transformados por la palabra (la verdad) y por la gracia de Dios. La vida santificada de los discípulos de Jesús demostraba la diferencia de vivir una vida bajo su señorío. Ellos representaban la transformación que hace Jesús en la vida de los que le siguen y esto les traería problemas y persecución.
Jesús aprovecha este momento para enviarlos, comisionarlos para llevar el mensaje de vida eterna al mundo. En pocos días ya él no estaría con ellos. Pero ellos estaban preparados para recibir el testigo y continuar la obra para la que él les había preparado.
La oración del Padre nuestro y su significado
3. Jesús ora por todos los creyentes
No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo. Padre justo, aunque el mundo no te conoce, yo sí te conozco, y estos reconocen que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos.
(Juan 17:20-25)
Ahora Jesús incluye a todos los que creerían en él gracias a la fidelidad y el esfuerzo de sus discípulos. Él confiaba en que los discípulos continuarían la obra que él había comenzado. Sabía que las Puertas del Hades no prevalecerían contra su iglesia (Mateo 16:18). Lo primero que pide para sus discípulos y para los que creerían gracias al mensaje de ellos es unidad. Una como la que él tenía con el Padre. Pide que sus hijos alcancen la perfección en la unidad, ya que ese sería el distintivo de sus hijos. Así el mundo reconocería que Dios había enviado al Hijo al mundo.
Jesús había cumplido su obra: «Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo». Él les había mostrado el camino al Padre y seguiría con ellos, guiándolos hacia el Padre. Recordar esa promesa de su presencia ha animado y fortalecido a sus hijos a través de las generaciones.
Los discípulos habían entendido que Jesús era Dios encarnado, que había venido a la tierra con el propósito de acercarnos a Dios Padre. Ese es el mensaje que transmitieron. Las generaciones posteriores de seguidores de Jesús todavía tenemos la encomienda de esforzarnos en alcanzar la perfección en la unidad para que el mundo reconozca que Jesús es Dios.
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