El libre albedrío es la capacidad que Dios dio a los seres humanos de escoger. Dios no nos creó como robots programados para hacer únicamente lo que él dice. Él nos permite pensar, evaluar y elegir lo que deseamos hacer. Por supuesto, esa libertad viene con la salvedad de que cada elección tendrá consecuencias positivas o negativas.
El deseo de Dios es que todos sean salvos, pero él no impone ese deseo a nadie. Cada uno debe elegir si se rinde ante Dios o no, y su destino final dependerá de esa decisión.
Vemos el libre albedrío desde el mismo comienzo de la humanidad en el libro de Génesis. En el jardín del Edén, donde vivían Adán y Eva, había una diversidad de árboles y plantas. Sin embargo, Dios había advertido a Adán sobre no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el día que comiera de él moriría.
Vemos, pues, que desde el inicio, Dios dio al hombre y a la mujer la libertad de escoger. Claro, Dios nos conoce totalmente y él conoce el futuro, pues no está limitado por el tiempo. Dios sabe de antemano lo que escogeremos. Pero aun así, nos ha dado esa libertad para elegir y respeta nuestras elecciones.
Dios nos dio libre albedrío porque desea que lo amemos y sirvamos voluntariamente. Tal como a nosotros nos gusta que nos escojan y nos busquen porque nos aprecian de corazón, de la misma manera Dios desea que nuestro amor por él sea voluntario y surja de lo más profundo de nuestro ser. Siendo Dios, él podría obligarnos a amarlo, pero no lo hace.
Ahora bien, sabemos que Dios es soberano y que todo lo que sucede, pasa porque él lo permite. Nuestro destino está en las manos de Dios porque él sabe lo que sucederá, aun cuando nos permite escoger. Nuestra elección no anula su soberanía.
Son varios los pasajes bíblicos en los que vemos que Dios nos da libertad para elegir. Por ejemplo, en Deuteronomio 7 se habla sobre los peligros de la idolatría y las bendiciones de la obediencia a Dios y la vida en santidad. El pueblo debía elegir y según su elección, recibiría bendición o castigo.
Lo mismo vemos en Romanos 8. Quienes dejan que su carne o los deseos mundanos reinen, viven en enemistad con Dios y no agradan a Dios. Pero los que son del Espíritu, los que han rendido su vida a Dios, ellos gozan de vida y paz, pues son hijos de Dios y son guiados por su Espíritu Santo.
Encontramos otro ejemplo claro del libre albedrío que Dios nos concede en Deuteronomio 28. En ese capítulo, Dios dice claramente cuáles serán las consecuencias de la obediencia y de la desobediencia para su pueblo. Ellos podían escoger libremente, pero debían saber que fuera cual fuera la elección, tendrían consecuencias.
Escoger obedecer a Dios, seguirle y amarle, resulta en bendiciones. Darle la espalda, desobedecerle e ignorarle, resulta en maldiciones. Pero la elección es personal. Cada uno debe escoger a quién servirá (Josué 24:14-15).
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