Dios nos llama a vivir vidas santas, consagradas a él, a separarnos de toda impureza para amarle y obedecer sus mandatos. En la Biblia hay ejemplos de personas que consagraron sus vidas al Señor, gente que no tuvo miedo a ser diferente en medio de sociedades paganas. Habían recibido el amor de Dios en sus corazones y decidieron vivir para él. Veamos algunos ejemplos y aprendamos a vivir vidas completamente consagradas a Dios.
1. Daniel, consagrado al servicio a Dios en medio de una sociedad pagana
Daniel es un ejemplo claro de una vida consagrada a Dios. Siendo joven, Daniel fue llevado cautivo a Babilonia como siervo de la corte del rey. En medio de una cultura ajena y completamente pagana, Daniel escogió ser fiel a Dios y no se dejó influenciar por las costumbres de su nueva nación.
En lugar de asimilar todo lo pagano y aceptable en su nuevo país de residencia, Daniel tomó la firme decisión de seguir fiel a Dios. Él no se contaminó emocional, física ni espiritualmente. Su compromiso con Dios y sus mandamientos fue evidente cuando Daniel se negó a comer comida no aprobada por las leyes de Dios.
En otras ocasiones, sus decisiones tuvieron consecuencias fuertes que él asumió con valentía y firmeza. Por ejemplo, por negarse a dejar de orar al Dios verdadero y en su lugar, llevar sus peticiones ante el rey, arrojaron a Daniel al foso de los leones. Sin embargo, Dios honró su fidelidad y Daniel salió ileso, sin siquiera tener un rasguño.
Daniel llegó a ser muy apreciado y admirado en Babilonia por su buen trabajo y su sabiduría. Él hizo su trabajo con dedicación, sin dejar de lado sus convicciones ni su fidelidad a Dios. Se mantuvo puro en medio de una sociedad pagana, no cedió ante las presiones culturales ni comprometió su fe en Dios.
Daniel interpretó sueños y tuvo visiones proféticas. Dios lo usó con poder y todavía sigue usando su ejemplo y sus palabras, las cuales leemos en el libro bíblico que lleva su nombre.
La vida consagrada de Daniel mostró a todos su compromiso de vivir como siervo del Dios todopoderoso. Con Daniel aprendemos que es posible permanecer fieles a Dios y vivir en santidad, incluso en medio de culturas y sociedades paganas, pues es una decisión que surge del deseo de vivir para Dios por toda la eternidad.
2. Samuel, consagrado a Dios desde antes de nacer
Samuel fue consagrado desde antes de nacer. Su madre, Ana, era estéril y oraba constantemente rogándole a Dios que le concediera tener un hijo. Finalmente, en medio de su desesperación, Ana hizo una promesa a Dios: si él le concedía tener un hijo, ella se lo dedicaría a él.
Ana quedó embarazada y tuvo a Samuel. Tal como había prometido, Ana llevó a Samuel al templo luego de destetarlo. Samuel creció en el templo con el sacerdote Elí y su familia.
Desde muy pequeño, Samuel aprendió a oír la voz de Dios. La primera vez que la oyó, al darse cuenta de que era Dios quien lo llamaba, Samuel respondió: “Habla, Señor, que tu siervo escucha.” Dios le mostró el castigo que daría a Elí y a sus hijos debido a la maldad de los hijos de Elí y el hecho de que él no los corrigió.
Para Samuel fue difícil recibir y dar ese mensaje, pues era muy joven. Pero desde ese momento, Dios comenzó a hablarle a Samuel y a usarlo con poder. Samuel llegó a convertirse en profeta y juez de Israel. Él ministró al pueblo en un tiempo de transición, pues el pueblo eligió pasar de ser una teocracia (ser dirigidos por Dios) a una monarquía (tener un rey).
Samuel hablaba con el pueblo constantemente, ayudándolos a entender el mensaje de Dios y cómo debían vivir. Aun en medio de guerras y rebeliones, Samuel ejerció su labor de juez y profeta de forma fiel, firme en Dios y obedeciendo sus mandatos. Su vida estuvo totalmente entregada a Dios, siendo un gran ejemplo de consagración y servicio al Señor.
3. Pablo, perdonado y transformado en un ejemplo de consagración
Pablo, originalmente Saulo de Tarso, es ejemplo de una vida transformada por el poder de Dios y dedicada a su servicio. Saulo de Tarso era un fariseo que guardaba la ley judía con gran celo. Su meta era acabar con los cristianos. Persiguió fuertemente a la iglesia primitiva hasta que Dios mismo intervino y transformó su vida.
Saulo dejó atrás su odio. Pasó, de ser perseguidor de la iglesia, a ser un misionero ferviente del mensaje de salvación por medio de Jesús. Desde el mismo momento de su conversión, Saulo / Pablo comenzó a predicar el evangelio dondequiera que iba. Pablo viajó a muchos lugares del mundo conocido entonces, hablando a todos de Jesús y de lo que había hecho no solo por él, sino por toda la humanidad.
Pablo sufrió mucho por causa del evangelio. Sufrió azotes, golpes, cárcel, maltrato y gran persecución, pero nunca cedió ni dejó de servir a Dios y predicar su Palabra. Su dedicación al Señor fue total, viviendo para Cristo, consagrado a él y alcanzando a la humanidad con el mensaje de salvación.
4. Los primogénitos en el Antiguo Testamento, consagrados y separados para Dios
La idea de consagración en el Antiguo Testamento, estaba ligada a dar lo mejor a Dios, dedicarle o apartar para él lo primero y lo mejor. Esto se ve claro en el mandato de dedicar a Dios el primer hijo, el primogénito tanto de hombres como de animales.
Conságrame todo primogénito. Cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío es.
(Éxodo 13:2)
Vemos que los primogénitos eran consagrados a Dios, dedicados a él, separados para él. Samuel es un ejemplo de esto. Su madre lo consagró a Dios desde antes de nacer. Él era su primogénito y ella lo dedicaba a Dios. Él creció sirviendo al Señor como juez y profeta.
5. El pueblo de Dios, llamado a vivir consagrado a él
Todavía hoy, Dios nos llama a vivir consagrados a él, dedicadas a su servicio y a extender su reino dondequiera que vamos. Tal como lo hicieron Daniel, Samuel, Pablo y otros personajes bíblicos, nosotros también somos llamados a vivir para el Señor. Apartémonos del pecado y de todo lo que ofende a Dios y vivamos vidas santas que glorifican al Padre.
Estos son algunos de los versículos que nos confirman que somos llamados a vivir consagrados a Dios.
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncien los hechos maravillosos de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
(1 Pedro 2:9)
Dios nos escogió con un propósito. Él nos llama a vivir vidas santas, consagradas a él y a anunciar su amor y sus obras a todos los que todavía viven espiritualmente en tinieblas.
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
(Romanos 6:12-13)
La consagración a Dios nos lleva a apartarnos del pecado. Dejamos atrás todo lo que ofende a Dios y usamos todos nuestros recursos, los ofrecemos o presentamos ante dios para que él los use conforme a su voluntad.
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
(Romanos 12:1-2)
Consagrarnos a Dios involucra no solo nuestro espíritu: también nuestros cuerpos y mentes. La santidad a la que Dios nos llama es una total, una que nos transforma completamente y nos ayuda a parecernos más a Jesús.
Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
(Colosenses 3:5-14)
Dios desea que nos consagremos a él y que le dediquemos nuestras vidas, nuestras posesiones y todo nuestro ser. No podemos hablar de consagración y elegir por nuestra cuenta lo que estamos dispuestos a dar.
Cuando nos consagramos a Dios, dejamos atrás todo lo que le ofende a él y nos vestimos de todo lo que le agrada. La consagración a Dios abre la puerta para que el Espíritu de Dios que mora en nosotros se manifieste y dé fruto, mostrando que Dios es nuestro Rey y que es él quien nos guía en cada decisión.
Consagra tu vida a Dios y vive para él: