Dios y la familia (reflexión bíblica)


Equipo de Bibliaon
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Dios nos ha colocado en un lugar donde podemos crecer juntos y dar fruto. La familia es idea de Dios. No elegimos a nuestros parientes y ninguna familia es perfecta. Cada familia es un proyecto en constante crecimiento y aprendizaje: somos hijos, nos convertimos en padres y luego en abuelos. No se aprende en la escuela a ser padre, madre o hijo. Pero, si se lo permitimos, Dios nos guía para que demos pasos firmes en cada momento de nuestra vida.

No hay nada más saludable para una familia que tener a Cristo como centro de la familia. Con Dios al mando, la familia se vuelve armoniosa, incluso en las dificultades y tribulaciones. El combustible que debe mover a toda la familia es el amor. Procura ser amable con tu familia, invierte amor mientras aún hay tiempo, perdona y renueva tus alianzas familiares. No hay nada más precioso que la familia en la que Dios te ha puesto.

1. Una familia guiada por Dios: amor y unidad

Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.
(Josué 24:15)

Yo y mi casa serviremos a Jehová. (Josué 24:15b)

¡No hay familia más feliz que la que sirve a Dios! Cuando todos siguen el mismo camino, todo se vuelve más fácil. Incluso en medio de las dificultades y las luchas, cuando todos sirven a Dios, la carga se vuelve ligera. No podemos olvidarlo: una familia que enfrenta una lucha unida, gana unida y todos se hacen más fuertes.

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
(Génesis 2:24)

La familia es el resultado de una suma. En esta fusión 2 se convierten en 1 y como unidad se multiplican. ¡Las matemáticas de Dios son maravillosas! Cuando nos convertimos en una sola carne, nos alegramos y tenemos los mismos planes. "Por tanto, lo que Dios unió, no lo separe el hombre."

Ustedes, familias de los pueblos,
¡tributen al Señor la gloria y el poder!
(1 Cónicas 16:28)

La clave para una familia próspera es la gratitud a Dios. Todo viene de Dios y no hay nada que no sea dado por él. Dios nos sostiene y no deja que falte nada en nuestra mesa. Incluso en tiempos difíciles, debemos seguir siendo agradecidos con Dios, reconociendo su soberanía y superando juntos los desafíos.

2. El rol del padre: un líder que ama, enseña y cuida

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.
(Éxodo 20:12)

El padre siempre tiene una posición de liderazgo y respeto. Pero para ello es necesario entregarse plenamente a la familia. Ser padre es más que una elección y una responsabilidad. Un buen padre guía, ama y apoya a su familia. Los frutos de esta actitud son el honor, el reconocimiento y una larga vida.

Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor
ni te ofendas por sus reprensiones.
Porque el Señor disciplina a los que ama,
como corrige un padre a su hijo querido.
(Proverbios 3:11-12)

Así como Dios es un Padre justo y bueno, nosotros debemos imitarlo y ser justos con nuestra familia. Los padres que siguen los caminos del Señor cosecharán buenos frutos y prosperarán siempre. Los padres que disciplinan y exhortan con amor invierten en la vida de sus hijos, previniéndolos de posibles problemas. Quizás un niño no se da cuenta de la importancia de una reprimenda, pero cuando crezca se dará cuenta de lo importante que fue la instrucción del padre.

3. Amor que genera vida: el ejemplo divino en el corazón de cada madre

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
(1 Corintios 13:4-5)

Este pasaje bíblico sobre el amor, también podemos usarlo como una forma de describir a las madres. Cada madre es amor en persona. ¿Cuántas veces tu madre ha dejado de hacer algo por sí misma para cuidar de ti? ¿Cuántas veces te ha corregido y aun así tu madre no te ha negado un abrazo después de la corrección? El amor de una madre es un reflejo del amor de Dios: misericordioso, intenso y eterno.

Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada;
Y su marido también la alaba:
Muchas mujeres hicieron el bien;
Mas tú sobrepasas a todas.
(Proverbios 31:28-29)

En el cuerpo de la mujer está la responsabilidad de gestar y concebir. Hay una razón para tanta responsabilidad: el amor. La madre es el retrato del amor de Dios por nosotros. En los brazos de nuestra madre encontramos consuelo y afecto. Una mujer de Dios que actúa con excelencia se convierte en un referente dentro y fuera del hogar. Reconoce el esfuerzo de tu madre, dale gracias a Dios por esta hermosa guerrera que te amó incluso antes de que nacieras.

Hijos, obedezcan a sus padres en el nombre del Señor, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y tengas una larga vida sobre la tierra.
(Efesios 6:1-3)

Si hay un secreto para la longevidad, esta es la clave: honrar a tus padres. Se debe respetar al padre y a la madre en la misma medida. Cuando obedecemos a nuestros padres, estamos honrando a Dios quien instituyó este principio. Y cuando obedecemos a Dios, somos bendecidos. Este ciclo de obediencia genera armonía y prosperidad para la familia.

4. Los hijos: tesoros de Dios y continuación de la promesa

Los hijos son un regalo del Señor; los frutos del vientre son nuestra recompensa.
Los hijos que nos nacen en nuestra juventud son como flechas en manos de un guerrero.
¡Dichoso aquél que llena su aljaba con muchas de estas flechas!
No tendrá de qué avergonzarse cuando se defienda ante sus enemigos.
(Salmo 127:3-5)

No hay nada más preciado para los padres que sus hijos. Los niños son una bendición de Dios. Cuantos más hijos, más momentos de alegría y prosperidad. Dios sabe lo precioso que es un niño. Él nos dio a su único Hijo para nuestra salvación. Por este sacrificio perfecto fuimos adoptados y hoy somos llamados hijos de Dios.

5. Hermanos en Cristo y en la vida: lazos que reflejan el amor de Dios

Y ahora, ya que se han purificado mediante su obediencia a la verdad, para amar sinceramente a sus hermanos, ámense los unos a los otros de todo corazón,
(1 Pedro 1:22)

Quien tiene el privilegio de tener un hermano o una hermana, debe agradecer a Dios por esta bendición especial. Tener hermanos nos enseña a compartir desde pequeños. Con nuestros hermanos fortalecemos nuestros lazos de sangre y creamos complicidad. Con ellos aprendemos codo con codo a crecer juntos en la fe y en la gracia.

6. Los abuelos: raíces de sabiduría y fe que bendicen generaciones

Las canas son una honrosa corona
que se obtiene en el camino de la justicia.
(Proverbios 16:31)

No hay nada más gratificante en la vejez que ver a toda la familia reunida: hijos, nietos y parientes. Poder presenciar estos momentos en familia es una bendición de Dios. Las canas no son solo signo de vejez, sino de victorias y momentos vividos. Con el tiempo, aprendemos a valorar las pequeñas cosas y de esta manera podemos ver la obra de Dios de otra manera en nuestras vidas.

Aun en su vejez darán frutos
y se mantendrán sanos y vigorosos
para anunciar que el Señor es mi fortaleza,
y que él es recto y en él no hay injusticia.
(Salmo 92:14-15)

Llegar a la vejez no es señal de que todo ha terminado. Al contrario, es una nueva y preciosa etapa de la vida. Envejecemos, pero Dios sigue siendo el mismo. Dios es capaz de rejuvenecer nuestra mente y cambiar nuestra perspectiva de la vida. Una edad mayor es parte de este proceso. Nuestra edad no nos impide amar y disfrutar en familia. Dios es nuestra Roca y nuestra fortaleza siempre.

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