Todos anhelamos amar y ser amados. Desde el bebé que duerme plácidamente en los brazos de su madre hasta el anciano que espera con ansias la visita de sus hijos y familiares, todos tenemos una necesidad innata de sabernos importantes, valiosos y amados por otras personas.
El amor es uno de los temas más tratados en la literatura, el cine y la música. Hay infinidad de libros, canciones y poemas dedicados a él. La Biblia también nos habla mucho sobre el amor. De hecho, nos dice claramente que Dios es amor (1ª Juan 4:8) y en él encontramos el mejor ejemplo del amor verdadero e incondicional. Pero el amor como tal ha sido distorsionado a través de los siglos. Muchos lo equiparan con el sexo; otros, con el sentimiento de poder y control sobre otra persona. ¿Qué es en realidad el amor? ¿Cómo lo definimos?
La definición de la palabra amor
La mayoría de las definiciones hablan del amor como un sentimiento o una emoción fuerte hacia una persona o hacia un grupo de personas como son la familia o los amigos. En determinadas circunstancias se puede referir al amor hacia los animales o algunas cosas materiales. Hay variedad de definiciones, pero en realidad no es un concepto fácil de definir.
En la Biblia encontramos un capítulo maravilloso donde leemos lo que puede considerarse como la mejor definición del amor. Es el de 1ª Corintios 13. En los versículos del 4 al 8a vemos cómo debe ser, y cómo no debe ser el amor:
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue.
(1 Corintios 13:4-8a)
Veamos en detalle las características del amor que mencionan estos versículos.
¿Cómo debe ser el amor verdadero?
- Paciente: padece y soporta, resiste con entereza las debilidades y defectos de la otra persona.
- Bondadoso: ofrece en todo momento el bien con amabilidad y dulzura.
- Sin envidia: no resiente ni se entristece ante el bienestar de la otra persona. Más bien se alegra y celebra.
- No se alaba en exceso ni está lleno de orgullo: no resalta sus méritos y cualidades en todo momento. No exalta sus sacrificios y esfuerzos ni menosprecia a la otra persona.
- No es rudo: no es descortés, violento o grosero, sino que entiende y considera los sentimientos y el bien del otro.
- No es egoísta: no demanda sus derechos ni exalta su propio interés. Presta atención y cuida los intereses de la otra persona.
- No se enoja fácilmente: no pierde el control ni se ofende con facilidad.
- No guarda rencor: no mantiene en su mente y corazón los errores y ofensas que, a su entender, ha cometido el otro.
- No se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad: no se alegra cuando la persona amada comete un error. Se regocija cuando actúa con rectitud y corrección. Busca la verdad y actúa.
- Todo lo disculpa: perdona y no anda difundiendo las faltas de la otra persona. Intenta entender los motivos.
- Todo lo cree: confía en la bondad y los buenos motivos de la otra persona, a menos que haya evidencia irrefutable de lo contrario.
- Todo lo espera: tiene esperanza y es optimista. Confía en las promesas de Dios y está dispuesto a esperar para ver los cambios y las bendiciones anheladas.
- Todo lo soporta: persevera y permanece con paciencia en medio de las pruebas y dificultades. No es pasivo, sino activo; busca soluciones a los conflictos junto a la otra persona.
- Nunca se extingue: No termina, no tiene fin, no se acaba. Es eterno.
¿Dónde encontramos ese amor?
El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.
(1 Juan 4:16b)
Humanamente hablando nos puede parecer imposible amar así o encontrar a alguien que nos ame de esa manera. El amor verdadero no está basado en los sentimientos, sino en la decisión de amar a alguien de forma incondicional y poner en práctica todas estas características, buscando lo que es mejor para la otra persona. ¿Cómo lo logramos?
¡Recibiendo ese amor! Cuando experimentamos nosotros mismos el amor incondicional de Dios, su perdón y su cuidado, la semilla de ese amor comienza a germinar en nuestros corazones y surge en nosotros el deseo de amar a los demás de la misma forma. Dios es el único que nos puede dar la capacidad de amar con tanta bondad y altruismo. Él es nuestro ejemplo de lo que es el amor verdadero. Dios nos amó tanto que envió a su Hijo Jesús a este mundo para que a través de su muerte y su resurrección fuéramos reconciliados con él por la eternidad. Lo hizo porque quiso, sin pedirnos nada antes. Y lo hizo por amor.
Recibe ánimo al leer estos 7 versículos sobre el amor de Dios.
Una vez dejemos que el amor de Dios nos llene, comenzaremos a reflejar su carácter en nuestras relaciones con los demás. No podemos dar lo que no tenemos. Por eso, para poder dar amor verdadero necesitamos recibirlo primero. ¿Has recibido el amor de Dios en tu vida? ¿Has experimentado el poder sanador y restaurador que hay en él? Si no es así, puede que sea un buen momento para abrirle tu corazón. ¡Su amor transformará toda tu vida!